El último hombre blanco, Nuria Labari, p. 26
De hecho, el proceso no se completa hasta que te jubilas, edad que se aproxima cada vez más al día mismo de la muerte. Y, a diferencia de una transición sexual convencional, no hay marcha atrás. La vida laboral, igual que el tiempo, no es reversible. Yo, por ejemplo, no estoy segura de poder ser algo distinto de lo que ya soy A veces, para consolarme, me miento pensando que una cosa es lo que hago y otra muy distinta quién soy, pero lo cierto es que esta idea no resiste ningún juicio.
Adolf Eichmann, el líder nazi
juzgado en 1961 en Jerusalén y condenado a la pena capital por diseñar la
Solución Final en distintos campos de exterminio, también creía que era un buen
hombre, a pesar de lo bien que hacía su trabajo .. Él era un triste burócrata,
un hombre normal y corriente convertido en un asesino brutal por motivos
laborales. La filósofa judía Hannah Arendt asistió al juicio y definió a
Eichmann como una persona «terrible y temiblemente normal». Es posible que
Eichmann no fuera de entrada un maníaco antisemita sino un hombre como tantos,
un disciplinado, aplicado y ambicioso empleado. La clase de persona que cumple
las normas todos los días, que siempre llega puntual, que termina lo que
empieza, que hace lo que le dicen, que trata de ascender en su empresa. Él nos
demuestra que, tanto si nos gusta como si no, antes o después nos convertimos
en aquello que hacemos. Y que hacerlo bien no nos convierte en buenas personas,
sino en monstruos perfectos.
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