El club de lectura de David Bowie, p. 60
El Bromley de las afueras de
Londres no es tan distinto de la llana Normandía del siglo XIX. La fantasiosa heroína
de la sátira de Flaubert sobre la vida provinciana -esto es, sobre la vida más
allá de París- no es tan distinta a la fantasiosa heroína de la canción de
Bowie «Life On Mars?». El reproche que tenía Henry James para Madame Bovary era
que, a pesar de todo, su discreta historia sobre el infeliz matrimonio de una
muchacha voluble con un doctor de segunda era «un asunto demasiado pequeño».
Emma Roualt -que pronto se convertirá en Emma Bovary-- tiene el cabello negro,
claro; y no mousy o castaño ceniza. Pero ambas se mueren de ganas de vivir emociones
y de escapar, y se moverán entre el hastío y el profundo anhelo romántico que,
en el caso de Emma, la llevarán a su trágico
suicidio.
The girl with the mousy hair ('la
chica del pelo castaño ceniza') tiene problemas para concentrarse en una
película que le resulta demasiado aburrida: no la lleva a ningún sitio nuevo,
no hace sino reflejar la experiencia vivida. Emma devora los libros, pero lo
que lee no le hace bien: son lecturas trilladas, simplonas, románticas. Le
llenan la cabeza de falsas ilusiones, de expectativas poco realistas; una de
ellas es que el adulterio será mucho más interesante que el matrimonio con
Charles. Esa relación le ha arrebatado su individualidad y ha hecho de ella la
tercera Madame Bovary del libro, después de su suegra y de la primera esposa de
Charles, ya fallecida, cuyo viejo ramo de novia encuentra en un cajón: un
bonito toque gótico. Aunque Emma se da cuenta de que está atrapada en una
especie de infierno y casada con un zoquete al que desprecia, carece de los
medios intelectuales para tramar una fuga que vaya más allá que juntarse con
idiotas como Léon y Rodolphe.
Madame Bovary es una novela que
habla de huidas frustradas y de los peligros de leer indiscriminadamente. Pero
sobre todo habla de la atracción por el sexo ilícito, razón por la que Flaubert
fue enjuiciado por obscenidad en enero de 1857. Una acusación debida a su
escena más famosa, en la que Emma y Léon recorren Ruan durante horas,
estremecidos, en un coche tirado por caballos que lleva las cortinillas
echadas, gritándole al cochero cada vez que amenaza con detenerse.
Es famosa la declaración que hizo
Flaubert: «Madame Bovary, c' est moi» ('Madame Bovary soy yo'). La
identificación era tan estrecha que, cuando escribía las escenas de la muerte
de Emma - al describir el sabor a tinta del arsénico, sacado a toda prisa del
frasco del boticario, con el corazón vacilante «como el último eco de una sinfonía
que se aleja»-, Flaubert vomitaba una y otra vez.
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