Calíope
Canta, musa, dice, y el filo de
su voz deja claro que no es un ruego. Si estuviera dispuesta a complacer su
deseo diría que pule el tono al pronunciar mi nombre, como el guerrero desliza
la daga sobre la piedra de afilar, preparándose para la batalla de la mañana.
Pero hoy no estoy de humor para ser musa. Tal vez no se le ha ocurrido ponerse
en mi piel. Seguro que no; como todos los poetas, sólo piensa en sí mismo.
Aunque es sorprendente que no se haya planteado cuántos hombres más hay como
él, reclamando todos los días mi atención y apoyo inquebrantables. ¿Cuánta poesía
épica necesita realmente el mundo?
Cada conflicto iniciado, cada
guerra librada, cada ciudad asediada, cada pueblo saqueado, cada aldea
destruida. Cada travesía imposible, cada naufragio, cada regreso a casa: todas
esas historias ya se han contado, y en innumerables ocasiones. ¿De verdad
considera que tiene algo nuevo que decir? ¿ Y cree que puede necesitar mi ayuda
para seguir el desarrollo de todos sus personajes, o para llenar esos vacíos en
los que la métrica no encaja con el relato?
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