Las mil naves, Natalie Haynes, p. 36
Creúsa no estaba segura de lo que
había ocurrido a continuación. Ella no vio las serpientes, aunque muchas personas
aseguraron haberlas visto. No estaba mirando los juncos sino al hombre, Sinón,
y su rostro sucio e impenetrable. El único indicio de que entendía lo que había
dicho Laocoonte fue que las cuerdas que todavía lo sujetaban se tensaron contra
sus bíceps. En cuanto a los dos hijos de Laocoonte, ella pensó que habían
corrido hacia el agua. ¿Por qué no habrían de haber ido? Hacía rato que se
habían hartado de oír discutir a los hombres y, como todos los niños de Troya,
nunca habían bajado a la orilla ni jugado en la arena. De modo que siguieron el
río hasta que llegaron a la playa, y antes de que alguien los echara de menos,
los dos se habían adentrado en los bajíos.
Creúsa sabía que allí las algas
formaban enormes frondas. Cuando era pequeña, su niñera la había advertido que no se metiera nunca en el agua y que
evitara sus tentáculos verdes. Las puntas de las algas tal vez eran lo bastante
finas para que un niño las rasgara, pero el resto de la planta era grueso y
fibroso. Era muy fácil tropezar y perder
pie, tal como debió de pasarles a los hijos de Laocoonte. Uno debió de caer al
engancharse el pie en un nudo de algas y, al no estar acostumbrado a la
corriente, le entró pánico y se retorció, enredándose aún más. El otro, al
acercarse para ayudar a su hermano, que se había hundido, se encontró en la
misma situación. La brisa de la orilla se llevó sus débiles gritos de socorro.
Cuando Laocoonte corrió a
salvarlos -demasiado tarde-, las algas habían cobrado una forma malévola. Eran
serpientes marinas gigantescas que los dioses habían enviado, dijo alguien,
para castigar al sacerdote por haber profanado su ofrenda con la lanza. En
cuanto se pronunciaron esas palabras, hubo quienes las creyeron. Ante la imagen
del sacerdote en la playa llorando y acunando los cuerpos de sus hijos
ahogados, difícilmente la decisión de Príamo podría haber sido otra. Los dioses
habían castigado a Laocoonte.
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