Un suicidio largo tiempo calculado, pensé,
no un acto de desesperación
espontáneo.
También Glenn Gould, nuestro
amigo y el más importante virtuoso del piano de este siglo, llegó solo a los
cincuenta y un años, pensé al entrar en el mesón.
Sólo que él no se mató como
Wertheimer sino que, como suele decirse, murió de muerte natural. Cuatro meses
y medio Nueva York y, una y otra vez, las Goldbergvariationen y Die Kunst der Fuge,
cuatro meses y medio Klavierexerzítien, como decía Glenn Gould, una y otra vez,
sólo en alemán, pensé.
Hacía exactamente veintiocho años
habíamos vivido en Leopoldskron y estudiado con Horowitz, y (por lo que se
refiere a Wertheimer y a mí, pero no, como es natural, a Glenn Gould) habíamos aprendido
más de Horowitz, durante un verano totalmente echado a perder por la lluvia,
que en los ocho años anteriores de Mozarteum y Wiener Akademie. Horowitz había
dejado a todos nuestros profesores nulos y sin efecto. Pero aquellos profesores
horribles habían sido necesarios para comprender a Horowitz. Durante dos meses
y medio llovió ininterrumpidamente, y nos habíamos encerrado en nuestras habitaciones
de Leopoldskron y trabajamos día y noche
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