Expreso al paraíso, Mark Vonnegut, p. 102
Había una comuna, un poco más arriba, siguiendo la costa, que se negaba a explotar a los animales y tampoco quería utilizar ningún tipo de maquinaria, así que araban la tierra enganchándose ellos mismos al arado, cuatro a la vez. Esta opción se sopesó seriamente en nuestra casa, en distintos momentos, entre mis primeras dos crisis. Al final, acordamos pillar una motoazada (un rotocultivador), la peor elección de ambas opciones.
No nos habíamos ido a los bosques
solo para cambiar de paisaje y tener un modo diferente de vida. Los aspectos físicos
y psíquicos de nuestra aventura estaban inextricablemente entrelazados, pero el
cambio psicológico era lo que realmente andábamos buscando. Esperábamos
sentirnos más cerca de la naturaleza, más cerca de los demás y de nuestros
sentimientos, y lo conseguimos, pero incluso esos cambios nos parecía que eran
relativamente superficiales. Solo significaban que estábamos en contacto con cosas
que ya estaban allí. Queríamos ir más allá de aquello y desarrollar un modelo
completamente nuevo de estar en el mundo y de vivir en el mundo.
Solo teníamos ideas vagas sobre
la forma en que esos cambios podrían producirse, y cómo o cuándo deberían producirse,
pero los buscábamos apasionadamente, puesto que dichos cambios eran el
resultado de librarse de las ciudades, del capitalismo, del racismo, de la
industrialización; siempre tenían que ser cambios para mejorar nuestras condiciones
de vida.
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