Ovejas negras, Félix de Azúa, p. 53
Así que te vas desesperando hasta
que das con un pueblecito en donde parece no haber cultura alguna que echarse a
la boca. ¡ Vaya suerte! Un apaño de tres líneas en la Guide Bleue para que no
se enfaden los indígenas. Diminuto, destartalado, sucio, estupendo. A la orilla
del río han dispuesto unas sillas de plástico en donde sorben filosóficamente
su Pernod los lugareños. Sopla una brisa fresca, pides un Pernod, estás feliz:
¡por fin un lugar sin el menor interés cultural!
¡Maldición! En la mesa contigua
oyes hablar en inglés. Allí adonde llega el turista anglosajón, allí hay cultura.
Nunca falla. Te levantas airado y en cuanto tuerces un callejón te das de
narices con el «Espace Lawrence Durrell». ¡Dios mío!, es cierto, aquí acabó sus
días, en la desolación y el alcoholismo, otro infeliz escritor ... Su antigua
casa es ahora un bloque de apartamentos, absolutamente nadie en Sommieres lo
lee, pero algún dinero se le podrá sacar incluso a un tipo como éste, tan
cultural, de modo que: «Espace Lawrence Durrell.»
Los pintores, escritores,
arquitectos y músicos que en el pasado justificaron sus horrendas vidas con una
obra que fue la alegría del universo, están viviendo una segunda explotación
perfectamente independiente de su obra. No es necesario leerlos, verlos,
escucharlos. Basta con que sean «cultura», aunque nadie tenga la menor idea de lo
que significa esta palabra en una sociedad analfabeta. Ahora que su obra ya no
le importa a nadie, precisamente ahora, están dejando una herencia millonaria
en todos los pueblos de Francia. Por fin sirven para algo.
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