Una Odisea, Daniel Mendelsohn, p. 122
Podría uno, pensé mientras volvía
a colocar en su sitio de mi librería los Macmillan rojos, rastrear estas
genealogías intelectuales en una línea más o menos continuada hasta los tiempos
más antiguos; en mi caso, de Jenny a su padre y sus maestros y luego a Wolf; y
luego de Wolf a los humanistas italianos del Renacimiento, que recolectaron con
avidez los manuscritos de pergamino y vitela de los textos clásicos copiados y
vueltos a copiar durante mil años, para ponerlos en caracteres tipográficos por
primera vez, creando las primeras versiones de imprenta y, así, situando los
clásicos al alcance de un público mucho más amplio del que hasta entonces
habían tenido; desde esos humanistas del Renacimiento, remontándonos en el
tiempo y en el espacio hasta los eruditos bizantinos de habla griega, que en el
transcurso de casi un milenio -entre el siglo VII y el XV- preservaron el conocimiento
del griego en el Mediterráneo oriental mucho después de que hubiera
desaparecido de Europa, tras la caída del Imperio romano de Occidente; eruditos
que copiaron y volvieron a copiar cuidadosamente estos textos, como la Ilíada
profusamente anotada que Villoisin descubrió en la biblioteca veneciana;
dejando atrás a los bizantinos, hasta los sabios del periodo que llamamos Antigüedad
Tardía, entre el 400 y el 500 d. C., y más allá, hasta los entusiastas de la
literatura griega que florecieron con el desarrollo del Imperio romano, un
batiburrillo de críticos de alto copete y de divulgadores de menor alcurnia (
un ejemplo tristemente célebre es el de un sabio a quien llamaban Bibliolathos
-«el que se olvida de los libros»-, porque había escrito tantos libros que ya
ni se acordaba de ellos); y finalmente hasta los primeros y más autorizados
comentaristas de Homero, los sabios que, a partir del siglo III a. C.,
gestionaron la biblioteca de Alejandría y que se entregaron sobre todo al
estudio de los textos de la Ilíada y la Odisea, los primeros especialistas profesionales
en plantearse las preguntas que el apparatus criticus de cada página de los
Oxford Classical Texts trata de contestar: ¿cuáles fueron en realidad las
palabras que Homero cantó?
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