EL PARAÍSO PERDIDO
Mi madre colgó el teléfono de un
golpe seco, apagó el cigarrillo y dio orden de estar listos para salir de
inmediato. La Tata se puso seria y le preguntó:
-Pero qué va a hacer usted,
señora, qué va a hacer usted, por Dios ...
-Nos vamos a la finca. Esto se va
a acabar ya.
-Y los niños, piense usted en los
niños, señora ...
-Los niños los vistes y los subes
al coche ... Tú también y rápido ...
-La va a armar ...
-Sí, Tata, la voy a armar ...
-contestó mientras revisaba frenéticamente que todo lo necesario para el viaje
estuviese en su bolso y prosiguió-. ¿No es hoy Noche Vieja? Pues vamos a ir a
celebrarla corno Dios manda ... en familia ... nosotras, los niños y su padre
... esto se acaba hoy mismo ... con el año.
Agarró escaleras arriba y a la
mitad emergió encaramándose a la barandilla corno una gárgola. Gritó:
-¡Que sea ya, Reme, ya!, ¿me
entiendes? ... Y lleva champagne que lo vamos a celebrar.
Cuando mi madre llamaba a la Tata
por su nombre, de algo serio se trataba y nunca auguraba nada bueno.
-¿Le echo también las escopetas y
se las cargo, señora? ... Ya que estamos ...
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