La tierra de la gran promesa, Villoro, p.81
"Una imagen dice más que mil
palabras", la frase había hecho época. Sin embargo, eso s6lo podía decirse
con palabras. Las estampas de los cerillos Clásicos coleccionadas por su padre eran
tan pequeñas y reproducían tan mal las obras que cada imagen debía ser explicada.
Diego González Duarte hablaba
mucho de la Madonna con niño, de Cario Crivelli. El cuadro, aparentemente
plácido y devocional, se enrarecía al ser visto con atención. La Virgen tenía
un rostro bondadoso, protector, pero el niño se vela cansado. Sus ojos eran los
de un adulto enfermo; sus manitas se aferraban a un durazno rubicundo que no
lograba contagiarle vitalidad. Un clavel aludía a la Pasión que sufrirla al
convertirse en Cristo. Al fondo, un árbol seco se alzaba como un emblema de la
muerte. Lo más inquietante, sin embargo, era una mosca. El niño estaba apoyado
en un pretil. Cerca de él, acechaba la visitante de las inmundicias. "La
mosca es el Diablo", decía el padre de Diego. En la reproducción, el
insecto apenas era un punto negro.
Esa pintura veneciana de 1480
hizo que el padre de Diego viajara a Londres para verla. "Es falso que
Dios esté en los detalles", decía, con el tono engolado de quien ha dicho
demasiadas veces lo mismo: "El bien opera en gran escala, busca cubrirlo
todo con su manto: la bondad generaliza. En cambio, el Diablo busca el detalle,
es particular. Por eso hay que revisar las actas: el demonio escribe con
erratas.
Diego habla llegado a soñar con
ese cuadro. Una voz le preguntaba qué estaba haciendo. "Mi padre me prestó
su vista", respondía, como si eso le otorgara un permiso especial.
El durazno aterciopelado parecía
a punto de palpitar en las manos del niño.
Pero lo único que se movía era la
mosca.
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