El cielo de New Prospect, atravesado por robles y olmos desnudos, estaba Heno de promesas húmedas -un par de sistemas frontales sombríamente confabulados para traer una Navidad blanca- mientras Russ Hildebrandt hacía la ronda matinal en su Plymouth Fury familiar por los hogares de los feligreses seniles o postrados en cama. La señora Frances Cottrell, miembro de la congregación, se había ofrecido a ayudarlo esa tarde a llevar juguetes y conservas a la Comunidad de Dios, y aunque Russ sabía que sólo como pastor tenía derecho a alegrarse por el acto de libre albedrío de la mujer, no podría haber pedido un mejor regalo de Navidad que cuatro horas a solas con ella.
Después de la humillación que
Russ había sufrido tres años antes, el párroco de la iglesia, Dwight Haefle,
había aumentado su cuota de visitas pastorales. Qué hacía exactamente Dwight con el tiempo que le ahorraba su auxiliar,
aparte de tomarse vacaciones más a menudo y trabajar en su largamente esperada
colección de poesía lírica, Russ no lo tenía claro. Aun así, apreciaba el
coqueto recibimiento de la señora O'Dwyer, a quien una amputación tras un edema
severo había confinado en una cama de hospital instalada donde había sido el
comedor de su casa, y en general la rutina de servir a los demás, en particular
a quienes, a diferencia de él, no recordaban nada de lo sucedido tres años
antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario