García Márquez: historia de un deicidio, p.21
García Márquez recuerda a su
abuela, ordenando cada mañana a las sirvientas: «Hagan carne y pescado porque
nunca se sabe qué le gusta a la gente que llega». Y había además una tía dotada
de cualidades sorprendentes: «Hay otro episodio que recuerdo y que da muy bien
el clima que se vivía en esta casa. Yo tenía una tía ... Era una mujer muy activa;
estaba todo el día haciendo cosas en esa casa y una vez se sentó a tejer una
mortaja; entonces yo le pregunté: "¿Por qué estás haciendo una
mortaja?". "Hijo, porque me voy a morir", respondió. Tejió su
mortaja y cuando la terminó se acostó y se murió. Y la amortajaron con su mortaja.
Era una mujer muy rara. Es la protagonista de otra historia extraña: una vez
estaba bordando en el corredor cuando llegó una muchacha con un huevo de
gallina muy peculiar, un huevo de gallina que tenía una protuberancia. No sé
por qué esta casa era una especie de consultorio de todos los misterios del
pueblo. Cada vez que había algo que nadie entendía, iban a la casa y
preguntaban y, generalmente, esta señora, esta tía, tenía siempre la respuesta.
A mí lo que me encantaba era la naturalidad con que resolvía estas cosas. Volviendo
a la muchacha del huevo le dijo: "Mire usted, ¿por qué este huevo tiene
una protuberancia?". Entonces ella la miró y dijo: "Ah, porque es un
huevo de basilisco. Prendan una hoguera en el patio". Prendieron la
hoguera y quemaron el huevo con gran naturalidad. Esa naturalidad creo que me
dio a mí la clave de Cien años de soledad, donde se cuentan las cosas más
espantosas, las cosas más extraordinarias con la misma cara de palo con que
esta tía dijo que quemaran en el patio un huevo de basilisco, que jamás supe lo
que era».
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