En Skjolden, Wittgenstein se
hospeda inicialmente en una habitación -austera, como a él le gusta-, situada
en el segundo piso de la casa del cartero. Trabaja y se siente desgraciado a
partes iguales. Años más tarde, refiriéndose a esos días, diría: «Entonces mi
mente estaba en llamas». Por las noches escribe frenéticamente. A veces usa una
linterna frontal, de carburo, que ata a su cabeza, porque dice que el haz
directo de la luz desde su cerebro al papel le ayuda a no distraerse.
Paralelamente se ve tomado por la idea, que poco tiempo después
escrupulosamente cumpliría, de regalar toda su fortuna a diferentes artistas
austriacos -Rilke, Trakl, Adolf Loos, entre otros-. También busca un
emplazamiento para construir la austera cabaña en la que vivir. Para ello no
dejará de observar el lago y la montaña que hay frente al pueblo.
En el verano de 1914, antes de
irse de Skjolden para visitar a su familia en Viena, sobre el lago, y en un
lugar casi inaccesible, tanto que hay que construir un empinado camino al que
sólo se llega en barca, levanta la cabaña, y
un sistema de poleas y cables (del que aún hoy quedan vestigios) por el
que subirá los víveres y el agua. Su propósito era regresar a ella al terminar
el verano. La Primera Guerra Mundial estalla pocos días después de su partida,
se alista voluntario para ir a las trincheras, lugar donde terminaría la
redacción de su Tractatus. No regresaría a la cabaña de Skjolden hasta 193 6.
Fue ésa la única casa de su propiedad que tendría en su vida.
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