Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

MULADAR


Familias como la mía, Ferrer Lerín, p. 104

El muladar es un lugar de culto. Pero restringido. Sin embargo pese a todas las cautelas y recomendaciones siempre hay alguien entre los iniciados que lo visitan que no guarda el debido silencio cuando regresa a su lugar de origen. Hay épocas críticas; el verano, semana santa, cuando incluso grupos, acuden con sus cámaras a registrar lo que allí sucede. Recuerdo a un fotógrafo belga, en pleno mes de agosto, inmóvil debajo de un arbolito que ni le protegía del inclemente sol ni mucho menos impedía que fuera detectado por la poderosa visión de las aves. Allí permaneció hasta que deshidratado y triste se dio por vencido. Es difícil conseguir un equilibrio entre lo que debiera ser un espacio funcional de ayuda ganadera, un espacio para el mantenimiento de las poblaciones de fauna salvaje, un espacio dedicado al estudio de la misma y un espacio de gran poder visual donde el inmenso paisaje natural integra un microcosmos de huesos, insectos necrófagos, lagartijas a la caza de insectos, hormigueros surgidos gracias al insólito aporte de grano del aparato digestivo de los cadáveres de herbívoros y un complejo mosaico vegetal mezcla de esos mismos contenidos estomacales y de la potenciación de las plantas herbáceas locales debido al inusual abonado.

También hubo un tiempo en que el muladar se convirtió en un campo de trabajo. El artista Tito venido del mundo del cabello deseaba entrar en el mundo del esqueleto. Su escultura deseaba ser más sólida, perdurable, sonora. El componente hueso, materia elemental, soporte primigenio, deseaba ser utilizado ya en su estadio final antes de desaparecer enterrado, mineralizado y convertido en polvo. Un grupo numeroso de ayudantes, cámaras, directores, guionistas se balanceaba al viento cierzo mientras flanqueaba al escultor que recogía poseído de una fuerza espectral huesos y huesos para introducirlos en sacos en una camioneta. Tito fue grabado para la televisión equipado con una bata blanca, guantes de goma y gorro negro ajustado al rasurado cráneo. De aquella cosecha y de muchas otras no amparadas por el bullicio de los periodistas surgió una monumental obra de un dramatismo primitivo y de una belleza lunar. Luego, agotadas las formas, extrajo sonidos que sin duda proceden del dolor de la carne acribillada y devorada por los gusanos: un arpa artesana sobre un lecho óseo. Además en esa época y bajo la advocación de Tito aparecieron otros peregrinos. Recuerdo a Giralda Adober, trovador provenzal, que pretendió jugar con la muerte durmiendo bajo las estrellas, junto a las fieras que merodean y olfatean en tomo al muladar, y al que aún no se le ha borrado el espanto del rostro. Y también al paracaidista cántabro Nicolás de Sinsabor que fue derribado de una pedrada, por suerte a pocos metros del suelo, cuando se lanzaba desde un risco próximo para poder sentir lo mismo que el buitre leonado en su descenso sobre la carroña.


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