Ese famoso abismo, Vila-Matas. p. 121
-Es la segunda vez que citas a
Simenon. Me parece que es un autor que te gusta especialmente.
-Lo he leído encantado, pero no
es eso. Lo que me pasa con él es que me intriga y que, además, pasan los años y
ahí sigue el enigma Simenon: un misterio que daría para una compleja novela de
espías centrada en las investigaciones de quienes -André Gide, Hermann van
Keyserling, entre otras grandes cabezas amuebladas de la época- pusieron un especial
empeño en tratar de averiguar cómo diablos se lo montaba Simenon para escribir
de aquella forma en que lo hacía. Y parece que a él nunca le molestó que le
observaran con tanto asombro e incredulidad, y es más: parece que le gustaba verse
rodeado de miradas de estupor, de miradas que constantemente se preguntaban:
¿cómo es que un tipo así narra tan bien? De hecho, en su entrevista en The
Paris Review confiesa lo mucho que le divertía simular que, en efecto, no era más
que un supremo burro con talento. Ahora bien, siempre me he preguntado si
realmente lo simulaba, o lo fingía a la perfección, porque en el fondo tenía
mucho de patán, de oso peludo que fumaba en pipa. Ahí tenemos el enigma
principal del enigma Simenon. ¿Era un ipo gris y banal o lo contrario? ¿Era
quizás sólo un hombre de negocios? En esa entrevista de The Paris Review hay un
momento genial - que a más de uno creo que le deja con cara de bobo-, y es
cuando le preguntan si es cierto que incluye a veces un capítulo «no comercial”
en sus novelas. Recuerdo que pensé: ¿qué dirá ahora? Hasta en la entrevista se
producía un silencio, pero finalmente Simenon, como si tal cosa, respondía que
sí y que su método no tenía mucho secreto: interrumpía la trama para dar una
tercera dimensión, por ejemplo, a una silla, o a cualquier otro objeto. Y
añadía: «Como Cézanne cuando le da peso a una manzana, ¿me comprende?». ¿Quiso
burlarse del entrevistador o aquello iba en serio? Da igual, porque quizás sólo
pretendió darle más peso a su enigma, y lograr así que Hermann von Keyserling
siguiera contando por ahí que le había invitado a su castillo de Darmstadt y
allí no había parado de interrogarle durante tres días y tres noches, y al
final, medio trastornado, había llegado a la conclusión de que aquel hombre lo
más probable era que fuera un «imbécil genial” ( «imbécile de génie» ).
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