Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SIMENON


Ese famoso abismo, Vila-Matas. p. 121

-Es la segunda vez que citas a Simenon. Me parece que es un autor que te gusta especialmente.

-Lo he leído encantado, pero no es eso. Lo que me pasa con él es que me intriga y que, además, pasan los años y ahí sigue el enigma Simenon: un misterio que daría para una compleja novela de espías centrada en las investigaciones de quienes -André Gide, Hermann van Keyserling, entre otras grandes cabezas amuebladas de la época- pusieron un especial empeño en tratar de averiguar cómo diablos se lo montaba Simenon para escribir de aquella forma en que lo hacía. Y parece que a él nunca le molestó que le observaran con tanto asombro e incredulidad, y es más: parece que le gustaba verse rodeado de miradas de estupor, de miradas que constantemente se preguntaban: ¿cómo es que un tipo así narra tan bien? De hecho, en su entrevista en The Paris Review confiesa lo mucho que le divertía simular que, en efecto, no era más que un supremo burro con talento. Ahora bien, siempre me he preguntado si realmente lo simulaba, o lo fingía a la perfección, porque en el fondo tenía mucho de patán, de oso peludo que fumaba en pipa. Ahí tenemos el enigma principal del enigma Simenon. ¿Era un ipo gris y banal o lo contrario? ¿Era quizás sólo un hombre de negocios? En esa entrevista de The Paris Review hay un momento genial - que a más de uno creo que le deja con cara de bobo-, y es cuando le preguntan si es cierto que incluye a veces un capítulo «no comercial” en sus novelas. Recuerdo que pensé: ¿qué dirá ahora? Hasta en la entrevista se producía un silencio, pero finalmente Simenon, como si tal cosa, respondía que sí y que su método no tenía mucho secreto: interrumpía la trama para dar una tercera dimensión, por ejemplo, a una silla, o a cualquier otro objeto. Y añadía: «Como Cézanne cuando le da peso a una manzana, ¿me comprende?». ¿Quiso burlarse del entrevistador o aquello iba en serio? Da igual, porque quizás sólo pretendió darle más peso a su enigma, y lograr así que Hermann von Keyserling siguiera contando por ahí que le había invitado a su castillo de Darmstadt y allí no había parado de interrogarle durante tres días y tres noches, y al final, medio trastornado, había llegado a la conclusión de que aquel hombre lo más probable era que fuera un «imbécil genial” ( «imbécile de génie» ).


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