Ese famoso abismo, Vila-Matas, p. 101
-Lo que comentas de Perec me hace
recordar a Walter Benjamín y su reflexión sobre el fragmento, pues, en cierta
medida, ¿el arte de la cita no está bastante relacionado con el de la
fragmentación en la literatura?
-Sí, seguro. Pero nada de esto
sabía cuando imaginé que Walter Benjamin podía ser el “último shandy”. Es el
capítulo de mi libro sobre la conjura portátil que mejor aguanta el paso del
tiempo. De algún modo viene a confirmarme que el poder de la ficción no lo
pueden suplir la inteligencia y el conocimiento, y menos aún la erudición, y
que la imaginación está destinada a prevalecer. El otro día, volví a leer el
capítulo que cierra mi conjura portátil, Un shandy dibuja el mapa de su vida, y
me sorprendió ver que, tal corno recordaba, me había inspirado para escribirlo en
diversos retratos fotográficos de diferentes etapas de Walter Benjamín, pero en
ningún momento le nombraba. En cualquier caso, vi con asombro que no había
podido elegir mejor, en todos los sentidos, al último de los shandys, porque va
a estar entre los que más duren, quizás por el carácter fragmentario y
laberíntico de su obra, que abre un conjunto de posibilidades al lector, al que
se invita a múltiples recorridos. No sé, pero tal vez ésta sea una de las
ventajas que tiene la dispersión, ¿no? A fin de cuentas, una de las grandes
experiencias de la lectura fragmentaria consiste en darle al lector un papel
muy activo en la atribución de sentido y en la interpretación. Y en casos como
el de Benjamín creo que se puede tardar una eternidad en llegar a captar la
infinita coherencia interna de toda su obra. En fin. Ahora quedaría redondo que
esto que digo terminara por explicar lo que quiso decirnos al dejar este
fragmento que los lectores leen de tantas maneras distintas: «No hay ninguna
prisa. Un gran poema puede esperar 500 años sin que nadie lo lea o comprenda».
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