En 1913, Ludwig Wittgenstein,
afincado en Cambridge y aún aspirante a filósofo, viaja a la población del
Skjolden, situada junto a un fiordo del norte de Noruega, y allí traza parte de
lo que poco tiempo después sería uno de los libros más influyentes,
controvertidos y audaces de la filosofía del siglo xx, el ya citado Tractatus
Logico-Philosophicus. Para él, antes de partir a Skjolden era importante dejar
escrito algo acerca de su trabajo, ya que tenía la convicción de que le
quedaban semanas, a lo sumo meses de vida. Desde un punto de vista objetivo tal
convicción estaba absolutamente injustificada pues no padecía enfermedad alguna,
pero también todos los escaladores cuando abren una ruta sienten que ésa puede
ser la última; sólo tal sentimiento anuncia la posibilidad al éxito. Su amigo y
valedor Bertrand Russell -filósofo ya entonces mundialmente famoso-, siempre
tuvo el convencimiento de que Wittgenstein se volvería loco o se suicidaría en
ese viaje. Cuenta Russell: «Le dije que en Noruega estaría oscuro, y él me dijo
que odiaba la luz del día. Le dije que sería un lugar muy solitario, y me
respondió que pervertía su mente hablando con la gente inteligente de
Cambridge. Finalmente le dije que estaba loco y replicó que Dios le guardara de
la cordura». Así, convencido de que moriría en su estancia en Skjolden,
Wittgenstein le deja a Russell sus Notas sobre lógica, que eran todo cuanto
había escrito hasta entonces, y que pueden considerarse el germen de lo que
llegaría a ser la moderna filosofía del lenguaje. Esas notas giran en torno al
análisis de la sentencia: «A es la misma letra que A».
Más directo, imposible.
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