MANUELA DAS FONTES
Las diez de la mañana y ya olía a
aceras fregadas y a sopa de fideos. Manuela das Fontes llevaba un sombrero de
paja con un ramillete de violetas, una falda con corpiño y zapatos de tacón.
Caminaba con paso rápido, en dirección a la Oficina de Contratación de Amas,
con un perrito bajo el sobaco y una cesta de mimbre colgando de un brazo.
Estaba gorda y bien alimentada; era aseada, robusta y joven.
Mientras caminaba se iba diciendo
todo eso, y también que tenía materia prima de primera calidad. Eso era lo
importante. Se introdujo la mano dentro del corpiño y se palpó un pecho duro
como una bola de granizo. De su cuerpo ascendió un efluvio a pelo de animal
mojado que la repugnó. El perrito, que pensó que le hacían un mimo, meneó el
rabo y ladró dos veces. Ella le pegó en el hocico.
La Oficina de Contratación de
Amas estaba en uno de los edificios de la calle Real, cerca de los talleres en
donde había aprendido a coser con la Singer. No tuvo que buscar mucho porque
desde lejos vio una fila larga de mujeres jóvenes. ¡Qué feas y corrientuchas le
parecieron todas!
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