Por todo lo cual ya desde ahora advierto que, si por azar,
afortunadamente harto impensable, me viese algún día -Dios no lo quiera, aunque
tampoco dejaría de afrontar valientemente mis responsabilidades convertido de
pronto en presidente de Gobierno, tengo muy meditado que, por el bien de los
españoles, mi primer acto de gobierno no podría ser otro que un decreto-ley
prohibiendo inmediatamente y sine die los Sanfermines de Pamplona, las Fallas
valencianas, la Feria y Semana Santa de Sevilla, la Romería del Rocío y toda
especie semejante, amén de incoar, simultáneamente y por la vía de urgencia, un
proyecto de ley orgánica para la abolición de la Virgen del Pilar (¡Dios, que
descanso para Zaragoza, para Aragón, y para España entera!).
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