Siete noches, Borges, p. 130
Cuando pensamos en las palabras,
pensamos históricamente que las palabras fueron en un principio sonido y que
luego llegaron a ser letras. En cambio, en la cábala (que quiere decir
recepción, tradición) se supone que las letras son anteriores; que las letras
fueron los instrumentos de Dios, no las palabras significadas por las letras.
Es como si se pensara que la escritura, contra toda experiencia, fue anterior a
la dicción de las palabras. En tal caso, nada es casual en la Escritura: todo
tiene que ser determinado. Por ejemplo, el número de las letras de cada
versículo.
Luego se inventan equivalencias
entre las letras. Se trata a la Escritura como si fuera una escritura cifrada,
criptográfica, y se inventan diversas leyes para leerla. Se puede tomar cada
letra de la Escritura y ver que esa letra es inicial de otra palabra y leer esa
otra palabra significada. Así, para cada una de las letras del texto.
También pueden formarse dos
alfabetos: uno, digamos, de la a a la l y otro de la m a la z, o lo que fueran
en letras hebreas; se considera que las letras de arriba equivalen a las de
abajo. Luego se puede leer el texto (para usar la palabra griega)
boustróphedon: es decir, de derecha a izquierda, luego de izquierda a derecha,
luego de derecha a izquierda. También cabe atribuir a las letras un valor numérico.
Todo esto forma una criptografía, puede ser descifrado y los resultados son
atendibles, ya que tienen que haber sido previstos por la inteligencia de Dios,
que es infinita. Se llega así, mediante esa criptografía, mediante ese trabajo
que recuerda el del Escarabajo de oro de Poe, a la Doctrina.
Sospecho que la doctrina fue
anterior al modus operandi. Sospecho que ocurre con la cábala lo que ocurre con
la filosofía de Spinoza: el orden geométrico fue posterior. Sospecho que los
cabalistas fueron influidos por los gnósticos y que, para que todo entroncara
con la tradición hebrea, buscaron ese extraño modo de descifrar letras.
El curioso modus operandi de los
cabalistas está basado en una premisa lógica: la idea de que la Escritura es un
texto absoluto, y en un texto absoluto nada puede ser obra del azar.
N o hay textos absolutos; en todo
caso los textos humanos no lo son. En la prosa se atiende más al sentido de las
palabras; en el verso, al sonido. En un texto redactado por una inteligencia
infinita, en un texto redactado por el Espíritu Santo, ¿cómo suponer un
desfallecimiento, una grieta? Todo tiene que ser fatal. De esa fatalidad los
cabalistas dedujeron su sistema.
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