La mirada inconformista, Vázquez Montalbán, p. 272
Creo sinceramente que el mito Marilyn
es una creación de intelectuales, los que captaron las peculiaridades del
comportamiento de Marilyn. El gran público se dejó llevar por el montaje
publicitario y quedó fascinado por aquella muñeca hinchable que no tenía más
busto que Jane Russell, ni más caderas que Anita Ekberg, ni más sexy espontáneo
que Rita Hayworth. En la prehistoria del destape cinematográfico, los dos
desnudos más famosos y divulgados eran el de Hedy Lamarr delgadita y a caballo
en Éxtasis y el de Marilyn en un calendario en su etapa de starlet. Bastó la
noticia de que aquella mujer se había desnudado para posar ante un fotógrafo para que el hambre
creara el menú. El gran público no supo apreciar la tremenda ingenuidad con la
que la Monroe se prestó a posar para tan histórica fotografía.
-¿No tenía usted nada puesto? -le
preguntó un periodista.
-Sí, la radio.
Esta respuesta ha dado la vuelta
al mundo jaleada por intelectuales enloquecidos por esta muestra de esprit, y
la realidad no es otra que la que se desprende exactamente de la respuesta de
la Monroe y de la generosidad significativa de la palabra «tenía» en la
pregunta. Y es que Marilyn Monroe iba por el mundo simbólicamente desnuda, sin
otra cosa encima que las miradas, las voces, los ruidos ajenos. Mientras le
duró el cuerpo y las luminarias publicitarias, nada hizo que se rompiera el
encantamiento de aquella mujer ensimismada. Pero en cuanto empezó a dejar de
oír el ruido de los alaridos de entusiasmo y los murmullos insinuantes, la
muchacha distanciada descubrió de pronto que lo peor de la soledad es descubrir
que existe y que no solo existe, sino que además te envuelve. Hoy Marilyn
hubiera cumplido cincuenta años y es fácil deducir que su imagen era
irreconvertible en otra imagen, que jamás hubiera podido hacer el papel de madre
de galán o galana. Que en el horizonte solo le quedaba el papel de mujer
madura, solitaria y despistada interpretando alguna película de Alfred
Hitchcock. Una mujer que pasó por el mundo sin darse excesiva cuenta de lo
apetecible que era, sin comprender cuánto calor la rodeaba y, en cambio, cuánto
frío sentía ella en el interior, a la fuerza tuvo que angustiarse cuando aquella
noche, la última noche, nadie contestaba a las llamadas de teléfono. Descubrió
de pronto que había sido una muñeca hinchable a la que empezaban a abandonar en
cuanto perdía algo de aire. En Los desarraigados había interpretado su primer
gran papel de otra posible Marilyn Monroe. Y no le gustó el descubrimiento de que
dejar de ser una muñeca hinchable significaba convertirse en una mujer madura
perpetuamente en lucha con el tiempo, el peso, la distancia, el silencio.
MARTA DOUGHAM
Siesta, diciembre de 197 4
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