Siete noches, JL Borges, p.159
Recordemos otro ejemplo más
famoso que el de Groussac. En James Joyce se da también una obra doble. Tenemos
esas dos vastas y por qué no decirlo ilegibles novelas que son Ulises y
Finnegans Wake. Pero es la mitad de su obra (que incluye bellos poemas y el
admirable Retrato del artista adolescente). La otra mitad y quizá la más
rescatable -como se dice ahora- es el hecho de que tomó el casi infinito idioma
inglés. Ese idioma que estadísticamente supera a todos los demás y que ofrece
tantas posibilidades para el escritor, sobre todo de verbos muy concretos, no
fue bastante para él. Joyce, el irlandés, recordó que Dublín había sido fundado
por los vikingos daneses. Estudió noruego, le escribió una carta en noruego a
Ibsen, y luego estudió griego, latín. . . Supo todos los idiomas y escribió en
un idioma inventado por él, un idioma que es difícilmente comprensible pero que
se distingue por una música extraña. Joyce trajo una música nueva al inglés. Y
dijo valerosamente (y mendazmente) que "de todas las cosas que me han
sucedido creo que la menos importante es la de haberme quedado ciego". Ha
dejado parte de su vasta obra ejecutada en la sombra : puliendo las frases en
su memoria, trabajando a veces una sola frase durante todo un día y luego
escribiéndola y corrigiéndola. Todo en medio de la ceguera o de períodos de
ceguera. Análogamente, la impotencia de Boileau, de Swift, de Kant, de Ruskin y
de George Moore fue un melancólico instrumento para la buena ejecución de su
obra; lo mismo cabe afirmar de la perversión, cuyos beneficiarios, ahora, se
encargan de que nadie ignore sus nombres. Demócrito de Abdera se arrancó los
ojos en un jardín para que el espectáculo de la realidad exterior no lo
distrajera; Orígenes se castró.
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