La participación electoral fue
abundante, la tranquilidad óptima dentro de lo que cabe, y para la historia
quede el dato de que Barcelona era el 15 de junio por la noche una ciudad de
calles vacías, en las que solo destacaban los mechones de militantes esperando noticias
en las puertas de los cuarteles generales de sus partidos y el inquietante
despliegue policial, ametralladora en mano, arropado por los rumores de
acuartelamiento de tropas y de control discreto de centros vitales de
suministros y de comunicaciones. El Gobierno temía que, de confirmarse la
victoria de las fuerzas políticas más avanzadas de Cataluña, se produjeran “ocupaciones
democráticas” y proclamaciones autonómicas más o menos simbólicas. La alocución
de Gutiérrez Mellado se interpretó aquí como una advertencia fundamentalmente
dirigida al PNV en el País Vasco y a las fuerzas progresivas catalanas para que
no asumieran el poder del voto en caliente, sino que dieran tiempo a la negociación
y a la vía legislativa constituyente abierta por las nuevas Cortes. La lentitud
en el suministro de resultados puede interpretarse como un intento de inocular
el gas del tedio y el sueño en los entusiasmos de las fuerzas democráticas
vencedoras en el trámite electoral.
Ante todo hay que estimar la
importancia del triunfo de las candidaturas unitarias de la izquierda para el
Senado. Los Benet, Candel, Cirici, Portabella, Sobrequés, Sunyer, Audet,
Baixeras, etcétera, llegarán al Senado respaldados por un amplio consenso popular
y por la disciplina del voto socialista y comunista. Se trata de una victoria
de trascendental importancia cualitativa.
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