Benet, la ambición y el estilo, Rafael García Maldonado
Una vez pasa Benet el examen,
algo que conseguían muy pocos, y fiel a la manía que tiene el futuro ingeniero
ya por entonces de hacerse amigo de cualquiera, entra a formar parte del grupo
del propio Gallego Díaz -formado por escépticos y pesimistas derrotados de la
República-, quien le conmina a ayudarlo en la tarea de corrector e incluso de
profesor de algunas clases de exactas. Uno, que se ha pasado media adolescencia
y un año de facultad en clases particulares de matemáticas, se imagina
perfectamente a ese niño grande alto, de abundante flequillo y petulancia de
futuro ingeniero dando sin demasiado garbo ni pedagogía esas clases a muchachos
;n mucho menores, y no es difícil tampoco reconstruir la escena que dio al
traste con su efímera carrera de profesor. Al parecer un alumno, no sabemos si aburrido, excesivamente inteligente, con el
cerebro congelado por el frío o ahíto de polvo y mugre o simplemente malvado,
le preguntó a bocajarro qué era la suma. ¿La suma?, preguntó aturdido Benet.
Sí, claro: la suma, el alumno se refería a la suma matemática, no la teológica
con dos emes. JB, desnortado, sin saber qué decir más allá de que era algo que
se sustentaba en la reciprocidad, dejó la tiza en la pizarra y nunca volverá a
dar una sola entre otras cosas porque lo echaron los propios alumnos acusándole
de indocto. Así era JB, y así eran esos tiempos (oscuros).
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