Historias del Ampurdán, Josep Pla, p. 73
-Estoy muy contento de que hayan
venido. Conozco a Hermós de toda la vida: desde cuando vino, por vez primera, don
Juan Vergés y sus amigos, que fueron todos amigos míos también. Me harán
compañía. En Cadaqués se necesita compañía. Yo tengo la costumbre de jugar al
tresillo después de comer. Al objeto de tener la sesión asegurada, confié siempre
en el elemento clerical de la población. Nunca había faltado ... Pues imagínese
que el señor rector que acaban de nombrar no sabe jugar al tresillo. ¿Se puede
imaginar cosa más absurda e impensada? ¿Qué haremos ahora en Cadaqués para
pasar bien la tarde? Hágase cargo de la importancia de lo que le digo. Si este
señor rector se encuentra un día con la visita de los superiores eclesiásticos,
si se presenta el señor obispo o el vicario general, ¿qué hará para
complacerles, para hacerles pasar el rato de manera agradable en la rectoría? ¿Quieren
hacerme el favor de decirlo? La vida de un pueblo se hace inhabitable si no se
dispone de un mínimo de amena sociabilidad. Un rector de pueblo desconocedor
del tresillo es un absurdo, una aberración, un notable error. He rogado al
señor rector que venga mañana a casa. Le enseñaré el movimiento de las cartas.
Es cuestión de máxima urgencia, inaplazable, sobre todo pensando en su carrera
eclesiástica. Los capellanes indefensos me dan una pena que no acierto a
disimular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario