De algunos animales, RS Ferlosio, p.71
La
milenaria propaganda infamatoria -promovída, sin duda, primordialmente por el
gremio de los pastores- contra el lobo, cuya figura ha llegado a constituirse en
paradigma universal del malo, ha sido de una eficacia sólo comparable con la
que los romanos proyectaron contra los cartagineses -que desde entonces vienen
arrastrando pareja mala fama entre todos los pueblos civilizados de la
historia-, siendo así que lo más cierto es que el lobo, al igual que todo el
resto de los cánidos, y en contraposición, por ejemplo, a los felinos, es uno
de los animales más dulces y más capaces de amor hacia sus semejantes y sus
desemejantes de entre todos cuantos están catalogados en los registros de la
zoología. Y manifestación de ello considero el hecho, tan resaltante, de que en
la nómina de los casos conocidos de niños adoptados, criados y educados por
algún animal no sea otro que el lobo el que por aplastante mayoría cubre el
papel de animal adoptante. ¿Y cuántas veces no hemos visto en los periódicos
alguna perra a cuyas tetas aparece agarrado no un perrito sino un cerdito, un
gatito, etcétera? Por el contrario, frente a lo que en un primer momento
esperaríamos, esa nómina está bien lejos de apoyar con datos de experiencia el
mito de Tarzán (mito, dicho sea de paso, de lo más idiota y más falto de
imaginación que se haya conocido, tanto en la originaria invención novelesca de
Edgad Rice Burroughs corno en los ulteriores traslados cinematográficos, a cuyo
inexplicable éxito de público debieron de contribuir en gran medida los
especiales atractivos anatómicos de Johnny Weissmüller), ya que ninguno de los
cuatro grandes monos antropoides -gorila, orangután, chimpancé y gibón-
prestigia su propia especie apareciendo siquiera con un solo caso entre los
animales adoptantes.
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