De algunos animales, RS Ferlosio, p.43
Cualquier perro alcanza pronto la
más sensible receptividad para cualesquiera indicios expresivos de la actitud
afectiva que en cada momento y en cada circunstancia pueda tener el amo con
respecto a él, al que comprende igual de bien, si no mejor, que a otro
individuo de su propia especie. La excepcional compenetración afectiva y comunicación
expresiva que se da entre el hombre y el perro llega hasta el extremo de que
éste sabe distinguir entre un reproche hecho en firme y en serio y un reproche
en que una leve inflexión de broma da a entender cierta predisposición a la
indulgencia, como lo demostraría en su peculiar actitud ante una frase como «¿De
dónde vienes tú ahora, sinvergüenza?”, ante la cual ni se intimida del todo, ni
se lanza a saludar con la despreocupada y confiada cordialidad que suele, sino
que se mantiene en un prudencial término medio de circunspecta timidez, que no
excluye el tantear y tentar, al mismo tiempo, la buena disposición del amo, con
apenas iniciados avances de reconciliación: ese rabo, que en parte está metido
entre las piernas y en parte está moviéndose, aunque sólo por la punta y con
una oscilación muy atenuada, no parece, en su ambivalencia, sino el correlato expresivo
y afectivo más exacto que pueda imaginarse de la inflexión, mezcla de broma y
de reproche, de la frase de su amo y de la actitud afectiva que comporta, hasta
el punto de que nos hace sospechar de si no estará también el perro jugando al
oficioso rito sentimental de los falsos enfados y las reconciliaciones
teatrales.
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