Middelsex, Jeffrey Eugenides, p. 48
Se quedaron quietos, mirándose,
mientras Desdémona notaba de nuevo aquella extraña sensación en el estómago. Y para
explicar esa sensación no tengo más remedio que contar otra historia. En su
discurso presidencial del congreso anual de la Sociedad para el Estudio
Científico de la Sexualidad de 1968 (celebrado ese año en Mazatlán entre
numerosas y sugerentes piñatas), el
doctor Luce introdujo el concepto de “perifescencia”. El término no significa
nada en sí mismo; Luce lo inventó para evitar toda asociación etimológica. El
estado de perifescencia, sin embargo, es bien conocido. Denota los primeros síntomas
de la vinculación afectiva de una pareja humana. Causa vértigos, euforia,
cosquilleos en la cavidad torácica. Perifescencia es la parte enloquecida, romántica,
de estar enamorado. (Y según explicó Luce, puede durar hasta dos años, como
máximo.) Los antiguos habrían explicado la sensación de Desdémona como la
acción de Eros. En la actualidad, el dictamen de los expertos lo reduciría al
ámbito de la química cerebral y de la evolución. No obstante, debo insistir: Desdémona
sintió la perifescencia como una cálida laguna que le fluía del vientre y le
anegaba el pecho. Se le subió como un ardiente licor de menta finlandés de
noventa grados. Tras el eficiente bombeo de dos glándulas en el cuello, se le
encendió el rostro. Y el calor entonces cambió de signo y empezó a extenderse a
sitios a los que una chica como ella no permitía acercamientos, con lo que
Desdémona bajó los ojos y dio media vuelta. Se dirigió a la ventana, dejando la
perifescencia a su espalda, mientras la brisa del valle le refrescaba el ánimo.
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