El mundo tal como lo conocí, B. Duffy, p. 405
Más tarde, Ernst le preguntó a
Wittgenstein, dándole un ligero apretón en el hombro:
-¿Ha escarmentado ya a esa rata?
Era un apretón inocente; sólo la
manera que tenía el cabo de establecer contacto. ¡Cuántas veces había caminado
Wittgenstein en la oscuridad con la mano de Ernst apretándole el brazo! El
gesto significaba mucho más para él mismo que para Ernst ... por eso le ponía
tan nervioso. Además, Ernst era su amigo y los sentimientos que Wittgenstein
experimentaba a veces por él eran, desde su punto de vista, inapropiados para
dos amigos, por no mencionar para el ejército.
En ese sentido, la amistad con
Pinsent había sido fácil, porque Pinsent no era su tipo. Pero el confiado y
rudo Ernst sí lo era. En general, Wittgenstein había conseguido acallar sus
propios deseos, pero de pronto lo arruinaba todo la visión de una pantorrilla
musculosa, una espalda desnuda o un par de nalgas blancas envueltas en el
picante vapor antiséptico de la ducha contra los piojos. ¿Por qué?, se
preguntaba. Era sólo pelo, músculo, piel. ¿Por qué lo abrumaban estos detalles?
En los Evangelios de Tolstoi las
tentaciones eran hogareñas y simples. Un campesino que trabajaba en el campo
levantaba la mirada y veía a un diablo con pequeños cuernos de chivo espiándolo
desde un árbol podado, instándole a tomar un trago o una pizca de rapé. Pero el
pecado del campesino era una nadería y su demonio un mero cero a la izquierda
comparado con el demonio de la lujuria. Bajo aquellas inquietudes yacía la desesperación
... ya que esas periódicas ansias sexuales eran siempre un indicio de su
desesperación.
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