Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 864. GASTOS, DISGUSTOS Y TIEMPO PERDIDO / FERLOSIO

Breve historia de un dinero malgastado

En un viaje a Roma -el único lugar del extrajero al que ya desde hace muchos años no me niego a ir-, en el autunno romano especialmente divino del 94, mi amiga Rosa Rossi nos llevó, a mi mujer, Demetria Chamorro, a Tomás Pollán y a mí, a visitar la iglesia y el monasterio de Santa Sabina. Yo conocía una leyenda según la cual Santo Domingo de Guzmán, viajando a pie, con algunos compañeros, de camino a Italia, y con un gran saco a las espaldas, sobre cuyo  contenido los compañeros no se atrevieron a preguntarle nada hasta que, llegado el paso de los Alpes, compadecidos de verlo ascender por aquellas tremendas e interminables rampas con semejante peso a las espaldas y verosímilmente con el ánimo de ofrecerse a relevarlo, se sintieron finalmente movidos a averiguar el "caso, respondió: “No son más que cucharas de palo para nuestras hermanas de Santa Sabina, porque en ningún otro lugar saben hacerlas mejor que en Caleruega». Caleruega es, como se sabe, el lugar de nacimiento de Domingo de Guzmán. Sin embargo, un fraile dominico, altivo y elegante, que nos hacía como de cicerone me chafó la historia negando rotundamente que ni en el siglo XIII ni en tiempos posteriores hubiese habido allí una comunidad de monjas dominicas. Pero esto no es más que un inciso; a lo que quería ir es a que Rosa, conocedora de mis particulares simpatías, puso un empeño especial- teniendo que vencer la denodada resistencia del fraile, que alegaba que no estaba abierto al público, ya no recuerdo si porque era clausura o por qué sé yo qué en que yo viese el claustro, para poder decirme, una vez que el fraile, cediendo a su insistencia, se avino a regañadientes a franquearnos el acceso: “Aqui residió bastante tiempo y por aquí se paseaba Santo Tomás de Aquino”. Ella sabía muy bien que, aunque yo no soy nada fetichista, me produciría mucho más placer ver aquel claustro -por lo demás, totalmente carente de eso que gustan de llamar “valor artístico”- que admirar los primores arqueológicos y artísticos de la iglesia de Santa Sabina.

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