Un día, en los muelles, me llamó
la atención el título de un libro, El tiempo de los encuentros. También hubo
para mí un tiempo de los encuentros, en un pasado remoto. En aquella época, con
frecuencia me entraba miedo al vacío. No notaba ese vértigo cuando estaba a
solas, sino con algunas personas a las que, precisamente, acababa de conocer.
Me decía, para tranquilizarme: ya se presentará una ocasión de hacer mutis.
Algunas de esas personas no sabías hasta dónde podían llevarte. La cuesta abajo
era resbaladiza.
Podría empezar por recordar los
domingos por la noche. Me daban aprensión, como a todos los que han sabido lo
que es volver a un internado, en invierno, a última hora de la tarde, esa hora
en que va cayendo el día. Más adelante, es algo que los persigue en sueños,
durante toda la vida a veces. Los domingos por la noche, unas cuantas personas se
reunían en el piso de Martine Hayward, y yo me hallaba entre ellas.
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