Middlesex, Jeffrey Eugenides, p. 53
Trato de volver mentalmente a una
época anterior a la genética, antes de que todo el mundo adquiriese la
costumbre de explicar cualquier cosa con un: “Está en los genes”. Un tiempo anterior
a nuestra actual libertad ... ¡y mucho más libre! Desdémona no tenía idea de lo
que estaba pasando. No contemplaba sus entrañas como un vasto código lleno de
números, de secuencias infinitas entre las cuales hay alguna que puede contener
un error. Ahora sabemos que andamos con ese mapa por ahí. Que dicta nuestro
destino incluso cuando no hacemos nada, parados en la esquina de la calle. Nos
pinta en la cara las mismas arrugas y manchas de vejez que tenían nuestros
padres. Nos hace moquear de manera idiosincrásica, reconocible, familiar. Genes
profundamente arraigados controlan los músculos del ojo, de modo que dos
hermanas parpadean de la misma forma, y a hermanos gemelos se les cae la baba
al mismo tiempo. A veces, cuando estoy inquieto, me veo palpándome el cartílago
de la nariz de la misma manera que mi hermano. Nuestras gargantas y laringes,
formadas bajo las mismas instrucciones, comprimen el aire de cierta manera para
que salga con los mismos tonos y decibelios. Y eso se puede extraprolar hacia
atrás en el tiempo, de modo que cuando yo hablo, Desdémona hable también. Ella
es quien escribe ahora estas palabras. Desdémona, que no sabe absolutamente
nada del ejército que tiene en su interior, ejecutando un millón de órdenes, ni
del soldado que desobedeció, ausentándose sin permiso ...
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