Mac y su contratiempo, Enrique Vila-Matas, p. 75-76
Nada más singular que un vecino.
Que uno de ellos mate a otro es moneda corriente de nuestros informativos, como
lo es que un vecino de ambos diga del criminal inesperado que era una persona
de lo más normal. El otro día alguien fue más lejos y dijo en televisión que el
asesino de su escalera le había parecido siempre “Un vecino muy natural”. Tras
oírlo, me acordé de que morir es ley de la naturaleza y me pregunté si se puede
morir con naturalidad si nos mata un vecino natural.
Una ley del régimen de Vichy
prohibía a los judíos tener un gato. El de los padres de Christian Boltanski se
meó un día en la alfombra de la terraza de los vecinos. Por la noche, éstos,
que eran gente muy educada y gentil, llamaron al timbre y dijeron que o mataban
al gato o los denunciaban a la Gestapo, pues sabían que eran judíos.
El infierno son los vecinos. Me
acuerdo de los Ezkeitia, unos amigos de Bilbao que acababan de casarse y se instalaron
confiadamente en su primer apartamento y no tardaron en oír unos ruidos raros
que les llegaban del otro lado de la pared. En el apartamento contiguo tenía lugar
todas las noches una extraña ceremonia, lo que podríamos llamar «la repetición
constante de lo incomprensible”: se oían risas estremecedoras, ruido de sierras
eléctricas, graznidos de cuervos y gritos de horror. Ni siquiera cuando
supieron que sus vecinos, con los primitivos efectos especiales de la época, se
dedicaban a grabar cuentos de terror para la radio, se quedaron tranquilos. Los
vecinos siempre inspiran miedo, aunque tengan explicaciones para todo.
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