Dicionario enciclopédico, JP Andújar, p. 259
Mesmer dijo percibir en una
paciente un flujo eléctrico y supuso que eso tan magnético era la salud. Pero
el magnetismo animal, lo estamos viendo hoy, es la corriente que nos arrastra
por los adoquines como si fuésemos tranvías. Es lo que nos hace vibrar como un
diapasón entre la voz de su amo y la voz de la conciencia; dos criaturas a
elegir: el perro y el grillo. El magnetismo animal es la fascinación por la
gente, por el mogollón que se ha echado a la calle con pancartas descomunales que
reproducen el Guernica de Picasso, con banderas que llevan impreso el cuadro de
El cuarto Estado, aquel de los campesinos marchando hacia la industria, que
sirvió luego para el cartel de Novecento. Así son las manifestaciones ahora en
Barcelona. El personal hablándole en la calle a gobiernos que no escuchan, y de
esta manera parece que de repente la ciudad se llene cada tarde de sábado con
decenas de miles de locos que van hablando solos en un alzheimer de camisetas
monocolores donde la lucha por no olvidar es también a vida o muerte. Sí, así
es Barcelona cuando avanzan las reivindicaciones en columnas hacia el corazón
de la ciudad. No es la ciudad burguesa donde los trabajadores pueden ir al
centro para darles algarrobas a las palomas de la plaza de Catalunya. Es una
ciudad anegada por mareas ingentes que gritan porque les han engañado con la
casa, con el trabajo y en las cajas de ahorros, les han robado hasta las mantas
de los hospitales (sí, lo dicen los Goyas, en sus grabados se ve esta misma
desesperación y esta misma incertidumbre, todo esto viene de lejos). Una larga
marcha (siempre es así, la noche es corta pero la marcha es larga) de familias
que se sienten rotas porque les han quitado todo (es decir, todo lo que creían
tener); de gente libre en un mundo libre saqueada por los eternos dueños de
este país donde el dolor persigue como una sombra a cada mujer, a cada hombre,
por las autopistas, las aceras, los ascensores... En este secarral rodeado de
mar por todas partes menos por una que le une a Hollande, el dolor es la única
compañía que se tiene. ¿Recuerdas la historia de Juana la Loca? Reina de picas
habiendo querido ser reina de corazones, fue arrastrando su depresión por su
siglo de oro sucio y acabó muriendo encerrada.
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