Mac y su contratiempo, Enrique Vila-Matas, p. 173
La leyenda decía que, en cierta
ocasión, en las afueras de un poblado, unos judíos estaban al final del sabbat,
sentados todos en el suelo, en una mísera casa, y eran todos del lugar, salvo
uno, a quien nadie conocía: un hombre especialmente mísero, haraposo, que
permanecía acuclillado en un ángulo lóbrego... La conversación en la desventurada
casa, que había ido hasta entonces girando sobre muchos temas, terminó
desembocando en una pregunta que complacía a todos los judíos allí reunidos:
¿cuál sería el deseo que cada uno formularía si supiera que podría verlo
realizado? Uno dijo que quería dinero; el otro, un yerno; el tercero, un nuevo
banco de carpintería, y así a lo largo del círculo. Después de que hubieran
hablado todos, aún faltaba el haraposo acuclillado en su rincón oscuro. De mala
gana y vacilando, al ver que insistían tanto en preguntarle, respondió así a
los reunidos: «Quisiera ser un rey poderoso y reinar en un vasto país, y
hallarme una noche durmiendo en mi palacio y que desde las fronteras irrumpiese
el enemigo y que antes del amanecer los caballeros estuviesen frente a mi
castillo y que nadie ofreciera resistencia y que yo, despertado por el terror,
sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en
camisa y que, perseguido por montes y valles, por bosques y colinas, sin dormir
ni descansar, hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón. Eso querría». Los
otros se miraron desconcertados y le preguntaron qué hubiera ganado con ese
deseo. «Una camisa», respondió. Ahí terminaba la leyenda jasídica y los
angoleños, tras unos segundos de perplejidad, sonrieron agradecidos por el
extraño consuelo que les había dado su vecino.
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