La vida negociable, Luis Landero, p. 358
Cuando salimos de la residencia,
yo estaba confuso como nunca hasta entonces. No entendía que la vida pudiese
ser tan irrisoria, tan fea, tan trivial, y a la vez tan dramática, tan misteriosa
y llena de belleza ... Un breve río hacia la mar, es cierto, pero un río tan
ancho y caudaloso que sus orillas no se ven ni se logra hacer fondo. Todo tan
evidente y tan sencillo y todo a la vez tan extraño, tan inexplorado. Todo tan a
la vista y todo tan ignoto. Y tan superficial como profundo. Y todo esto, este
extraño negocio de vivir, con su mágico laberinto, con sus grandes palabras y
sus grandes promesas de futuro, con su incansable afán de plenitud, y todo más
soñado siempre que vivido, todo esto, ¿qué sentido tiene?, ¿en qué proporción
se mezclan lo ridículo y lo sublime, lo trascendente y lo banal, la comedia y
el drama, la épica y el folletín ... ? Era domingo, y yo caminaba con mi moneda
nueva bien guardada en el puño. Y así iba, intentando sacar una moraleja para
mi historia, cuando cerré los ojos, súbitamente deslumbrado por el sol, y me
llené por dentro de chiribitas y explosiones de luz.
Tengo hambre, ¿tú no?, dijo Leo.
Y allá que nos fuimos también
nosotros a comer. Y en eso, ioh mundo prodigioso!, quedó todo el prodigio.
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