Diccionario enciclopédico, JP Andújar, p. 214-215
En las
Joyas Literarias Juveniles existe una literatura, y existe una Juventud, y existe
una infancia, que tienen más de biblioteca saqueada, de lectura en precario,
como se lee de niño sentado al filo de la cama, y de lectura de barrio, igual
que hubo cine de barrio, que de tesoro literario. Las Joyas Literarias
Juveniles son tebeos de treinta páginas que han querido ser libros de
novecientas, pero a los cuales la vida, o las condiciones objetivas, no les han
dado otras oportunidades. Hay una orfebrería de la insignificancia, y hasta del
desengaño, que es la que se entrega a cultivar este tipo de joyas. Las Joyas
Literarias Juveniles eran las alhajas con que yo me engalanaba en un mundo en
que las alhajas de verdad las tenían las mujeres de los ministros y la esposa
del Generalísimo. Las nuestras eran joyas de papel impreso a todo color, broches
proletarios de una princesa Sissí dibujada a plumilla por un secreto padre con
familia numerosa, que mantenía a los suyos con eso, con el esfuerzo de su
lápiz. Uno va a entrar en la lectura por la puerta de servicio, que es por
donde les gusta pasar a los niños; voy a entrar con un montón de tebeos
guardados en la caja de una camisa con la tapa de plástico, y así era más
ventana que tapadera, y con los nombres sagrados de Verne, Salgari, Dickens,
Karl May, Walter Scott ... , grabados en la vista de haberlos visto con el
cristal palpitante de los ojos, leídos dibujo a dibujo, antes de haberlos leído
párrafo a párrafo al fin inmerso en el
rugido inacabable del abecedario. A estos relatos en tebeo, la crítica de
entonces va a apartarlos de su canon con un manotazo, los va a quitar como
telarañas pegajosas, y hará falta que se
vuelque toda la arena de nuestro reloj de arena, y que estaba hecha por ejemplo
con las arenas pintadas de Lawrence de Arabia, habrá que esperar a que el
tiempo caiga como el cemento de una hormigonera, para que a los dibujantes, a
los guionistas, a los adaptadores de las Joyas Literarias Juveniles se les
reconozca el servicio prestado a la única causa a la que he querido deberme, y
que no es otra, por supuesto, que la causa milenaria de la lectura.
Y sin embargo, ya digo, ser
lector de Joyas Literarias Juveniles no va a consistir en ser lector de
palabras, sino de dibujos. A la épica monumental del escritor, que levanta en
solitario una cultura colectiva, que va constituyéndose en literatura, cosido a
su mesa de escribir, arrojándose a los periódicos en los que publica por
entregas una novela, fantasmagorizándose en los salones literarios donde le
reciben, las Joyas Literarias Juveniles van a oponer una épica más modesta y
más moderna, que es la del dibujante que tiene que entregar a toda castaña
treinta planchas (“300 ilustraciones a todo color”, anuncian en la cabecera), la
del redactor que alguna vez soñó con escribir la gran novela de su generación y
que se ha visto en la obligación de resumir a tanto el folio las más conocidas
obras de la literatura universal, que ha tenido que renunciar a su propia
literatura, queriendo vaciar de eso, de literatura, los títulos clásicos, a los
que ha ido podando de sintaxis, de palabras, de metáforas, para convertirlos en
un esquema dibujable. Un testigo de primera mano de aquella redacción de
Bruguera me ha explicado que en cierta ocasión un guionista fue a quejarse de
la barbaridad que suponía meter en treinta páginas las más de novecientas de
Los hermanos Karamazov, y que el redactor jefe le contestó: “Si te falta
espacio, elimina un hermano”
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