La vida negociable,Luis Landero, p. 332-333
Leo no contestó, y también su
silencio lo decía todo. Al rato, salió el peluquero, aún con la chaquetilla
blanca, le dio a la manivela y recogió el toldo. Y según lo recogía, fue
apareciendo poquito a poco un cartel cuyo mensaje yo presentí desde el primer
momento: Se vende o se traspasa, ponía. Volvió a entrar, reapareció enseguida
vestido de calle, apagó los fluorescentes, cerró la puerta y se marchó. Leo y
yo no nos dijimos nada, qué nos íbamos a decir, y ni siquiera nos miramos, pero
yo sé que los dos sentimos el roce de la fatalidad, y supimos que justo en ese
instante se iniciaba un nuevo capítulo en nuestras vidas. Finalmente se
apagaron las últimas luces, y solo quedó en la plaza desierta una farola, una
pobre y pálida farola escondida entre un rumor de árboles, y arriba el cielo
cuajado de estrellas y la noche protectora a nuestro alrededor. Y nosotros, sin
fuerzas para buscar un sitio en que dormir, nos quedamos aquí sentados,
descansando, porque creo que eso es lo que necesitábamos, descansar. Leo se
acurrucó en mi hombro y se durmió enseguida. Pero yo, incapaz de dormir, no he
dejado de recordar y pensar en mi vida, buscándole un sentido, un argumento,
una moraleja, alguna certeza sobre mí, algo que me sirva para orientarme, y
saber quién demonios soy yo y adónde voy, ahora que todavía soy joven y me
queda tanto camino por andar. Pero no se me ocurre nada. A lo mejor es que la
vida, o al menos la mía, consiste solo en eso, en ir de camino a lo que salga, que
no hay más trascendencia que esa, y que más allá de este viaje incierto solo
nos queda, como último gran recurso, como el gran naipe ganador que nos
guardábamos en la manga, negociar con quien corresponda el sueño de la
eternidad, que hasta eso al parecer es negociable en esta vida. Pero
entretanto, yo me reafirmo en lo mío y sigo pensando, como ya dije al
principio, que dentro de mí hay cualidades innatas esperando a salir a la luz,
y con un poco de suerte mi gran momento está por llegar.
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