Música para camaleones, Truman Capote, p. 274
Era un cementerio pequeño y encantador,
y las sepulturas, verdigrises por el mar, pertenecían en su mayor parta al
siglo XIX; casi todas ellas tenían una inscripción de alguna clase, algo que revelaba la filosofía
de su ocupante. Una decía: SIN COMENTARIOS.
De manera que empecé a pensar qué
pondría yo en mi tumba, sólo que yo no tendré sepultura, porque dos adivinadoras
de mucho talento, una de ellas haitiana y la otra una india revolucionaria que
vive en Moscú, pronosticaron que desaparecerla en el mar, aunque no ~ si por
accidente o por elección (comme ça, Hart Crane). De cualquier modo, la primera inscripción
en que pensé, fue: CONTRA MI PROPIA VOLUNTAD. Luego se me ocurrió algo más peculiar.
Una disculpa, una frase que empleo en casi todo compromiso: INTENTE EVITARLO.
PERO NO PUDE.
(En la foto el cementerio de Pontedeume)
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