El tesoro de Sierra Madre, B. Traven, p. 452-453
-Quiero que tres hombres
conduzcan a los prisioneros hasta aquellos arbustos para que hagan sus
necesidades. Pero le advierto que no debe dejarlos escapar, porque le costaría
un arresto de tres meses. Si tratan de hacerlo, mátelos, y no me venga luego
con que no dio en el blanco. Ahora repítame lo que le he dicho. .
El sargento repitió la orden y
escogió a los hombres que debían cumplirla.
El capitán encendió un cigarrillo
e hizo que uno de los soldados que le acompañaban le cantara
la Adelita acompañado de su guitarra
El sargento ordenó a los ladrones
que hicieran sus necesidades.
-Pero no aquí, allá entre los
árboles. No queremos que nos apesten. ¡Andando!
Difícilmente habían llegado a los
arbustos cuando se escucharon seis descargas;
El capitán apartó el cigarrillo
de sus labios:
-¿Qué fue eso? Espero que los
prisioneros no hayan tratado de escapar; sería lamentable.
Un minuto más tarde. el sargento
se cuadró ante el capitán.
-Hable usted, sargento De la
Barra. ¿Qué ocurrió?
-Los prisioneros trataron de
escapar en cuanto negaron a los árboles. Empujaron al soldado Cabrera y
trataron de quitarle el arma, entonces él disparó y nosotros los matamos. Los
soldados Saldívar y Narváez también tuvieron que disparar para evitar que los
prisioneros escaparan.
Así, pues, le comunico la muerte
de los prisioneros, mi capitán.
-Gracias, sargento De la Barra.
Debía usted haberles salvado la vida, porque tenían derecho a que se les
juzgara de acuerdo con lo establecido por la Constitución, pero si atacaron
tratando de escapar, su deber era matarlos, sargento. Ya lo recomendaré al·
coronel por su diligencia.
-Gracias, mi capitán.
-Haga que los hombres entierren a
los prisioneros y que se descubran ante sus tumbas.
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