El rostro que tengo ante mis ojos
es amarillo, vasto, lejano, grasiento y diríase fundido en el espacio que lo
envuelve. Marin Marais, con altivez, sostiene en la mano izquierda el mástil de
la viola que muestra delante de él. Voy a tratar de la muda de )a voz humana,
del momento en el que el timbre de la voz que articulan los hombre muy jóvenes
experimenta un cambio, a la vez que su sexo se acrecienta y cae y les aparece
el vello. Este ensombrecimiento de su
voz es lo que los define y lo que les hace pasar del estadio de muchacho al de
hombre. Los hombres son los ensombrecidos, esos seres de voz oscura que, hasta
la muerte, vagan errantes en busca de una vocecita aguda de niño que abandonó
su garganta.
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