El tesoro de Sierra Madre, B. Traven, p. 367-368
La pipa cayó de entre los dedos
de Curtin. Mientras Dobbs hablaba, él había ido abriendo los ojos, los tenía:
desmesuradamente abiertos, se sentía confuso, le dolia la cabeza y se sentía
extrañamente mareado. Cuando al cabo de un rato logró poner en claro sus ideas,
pensó por primera vez en la gran oportunidad de enriquecerse que Dobbs le
sugería. Aquello fue una especie de golpe para su cerebro, porque nunca había
tenido semejante idea. Él no podía considerase escrupuloso, era capaz de tomar
cualquier cosa que pudiera conseguir fácilmente. Sabía bien cómo los grandes
magnates del petróleo, los grandes financieros, los presidentes de las
compañías poderosas y en particular los políticos roban siempre que tienen
oportunidad de hacerlo. ¿Por qué, pues un modesto ciudadano como él· había de
poner reparos y portarse honestamente, si los grandes desconocían los escrúpulos
y la honradez tanto en sus negocios como en los asuntos de la nación? ¡Y son
esos ladrones sentados en cómodos sillones detrás de elegantes escritorios de
caoba los que ocupan las tribunas de las convenciones que celebran los partidos
reinantes, las mismas gentes que en periódicos y otras publicaciones son
consideradas como ciudadanos valiosos, constructores de la nación, pilares de la civilización y de la cultura!
¿Qué eran la rectitud y la honestidad después de todo? Cuantos lo rodeaban
sustentaban una opinión diferente sobre su significado.
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