Madrid 1921: un dietario, Josep Pla
Madrid, mayo: Resplandeciente
Siempre que paseo por Madrid -por
el centro se entiende- me sorprende ese aire que tiene la gente –inencontrable en
ninguna otra ciudad de Europa- de estar encantada de la. vida. Todo se nos
aparece bajo un aspecto resplandeciente, brillante. Una de las características más
curiosas de Madrid es la tersura que llegan a tener ciertas cosas, ciertos
objetos. Es el país de los zapatos mejor lustrados del mundo, de las cabezas
más perfectamente engominadas, de los cueros más relucientes, de los metales
más rutilantes, de las uñas más grotescamente manicuradas, de los parqués más
encerados, de los ojos más espontáneamente iluminados. El casco blanco de los guardias
parece de porcelana; hay maquillajes hechos con una perfección diabólica los
tricornios de la Guardia Civil tienen un lustre de tinta, como los cilindros
untados de una rotativa. El alcaloide visual de la España popular, ¿no será
siempre este tricornio entre un gitano de charol, una gitana de pelo planchado,
unas esposas resplandecientes y una nube de polvo del camino salpicada de
corpúsculos como puntas de diamante? En Madrid todo tiene una tersura casi
deshumanizada: el cielo el aire, la electricidad. Debe de ser por eso por lo
que los pantalones de ciertos burócratas, como la sotana de ciertos clérigos,
tiene aquí un brillo tan riguroso que os transporta fácilmente al mundo
mineral.
Después, claro está, si dejáis el
centro y os adentráis en los suburbios, las cosas ya no son tan
resplandecientes. Suelen ser más bien opacas.
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