A esos muchachos tan simpáticos que encontrándose en el umbral de la puerta de la vida se sienten poseídos del noble impulso de la ambición personal y-yo supongo-- del archinoble impulso de la ambición de servir, y preguntan: «¿Qué hemos de hacer? ¿Podría usted tener la amabilidad de darnos una orientación y decirnos lo que podríamos hacer?», yo les aconsejaría un viaje a pie.
Ante todo, un corto viaje a pie por una de nuestras comarcas, por ejemplo, a través de mi país, del Bajo Ampurdán, a base de un itinerario que comprendiera un número de poblaciones muy pequeñas -un número de poblaciones payesas que no pasaran de quinientos habitantes-. Les propondría que pasaran de una a otra población, no por los caminos reales y las carreteras del orden que fueren, sino a través de los caminos vecinales, los atajos y las veredas. Ello les permitiría detenerse en las masías, en las casas de labor; ver el maravilloso paisaje que cada año construyen nuestros payeses. Desde el punto de vista de nuestra estructuración social, nuestras masías son importantísimas: de ellas ha salido, sale y continuará saliendo la mejor sangre del país, su fuerza humana básica, perennemente activa, positiva y ascendente.
Su viaje debería tener un objeto: informarse, enterarse de lo que es el país, de cómo vive en él la gente, empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano.
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