Un tal González, Sergio del Molino, p. 340
Antes de que Margarita Robles
asumiera su cargo, Garzón hizo un último intento de figurar y se presentó en el
despacho de Belloch, haciendo corazón de cada una de sus tripas. Le dio la
enhorabuena sin efusiones y empezó a contarle, al estilo González, con
subordinadas y sin pausas, su proyecto de reforma del ministerio. Belloch lo
interrumpió en cuanto encontró un resquicio:
-Mira, Baltasar, no sigas, lo
siento, no voy a contar contigo. Te dejo lo de la droga, si quieres, pero nada
más. Garzón no dio un portazo, pero salió del ministerio dando zancadas, rojo,
humilladísimo. En su despacho de la droga pidió línea con la Moncloa, pero no
se la dieron. El presidente no se podría poner en todo el día, lo sentían mucho.
A la tercera llamada, gritó al teléfono:
-Habéis valorado muy mal mi peso
político. Ojalá no tengáis que arrepentiros.
Dimitió a los pocos días, aunque
sólo después de que Belloch dijera en público que aceptaría encantado su
renuncia.
-Este Baltasar -dijo el
biministro cuando recibió la noticia de su dimisión, en medio de un almuerzo
con su equipo del ministerio- no pilla una indirecta.
Al día siguiente, Garzón se
reincorporó a la Audiencia Nacional. Saludó a los conserjes, a los
administrativos, a los secretarios y a los ujieres. Se sentó en su despacho y llamó
a un ordenanza:
-Por favor, que me traigan todo
el sumario del GAL, y avisa a mi equipo para que nadie haga planes para la cena.
Vamos a pasar mucho rato leyendo.
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