Un tal González, Sergio del Molino, p. 370
Históricamente, los gobiernos de
Londres, Bonn, Roma o París no han mostrado piedad con los terroristas ni remilgos
con los derechos y garantías constitucionales. Ni esa operación ni ninguna de
las suspensiones de derechos fundamentales decretadas en Irlanda del Norte ensombrecieron
la memoria de Margaret Thatcher, cuyas polémicas tienen que ver con otras
cuestiones, sobre todo económicas. No hay un episodio parecido en la historia
del terrorismo español en democracia. Nunca un comando militar se ha plantado
en mitad de Rentería y se ha puesto a disparar por la espalda a miembros de ETA
desarmados. Tampoco hubo en España nada parecido a la OAS (Organisation de l'Armée
Secrete) francesa, infestada de militares corruptos, ni se aplicó la dureza que
la República Federal de Alemania empleó contra la Fracción del Ejército Rojo,
ni hubo una organización de terrorismo fascista directamente conectada con el
partido del gobierno y la mafia, como el Ordine Nuovo italiano. Y, sin embargo,
sólo en España se ha dado un debate tan largo sobre la guerra sucia y las
cloacas, y sólo en España los jueces se han cobrado piezas de caza mayor, como
ministros.
A eso se refería Felipe cuando
hablaba de la autocontención de las fuerzas de seguridad españolas con ETA: de
una forma casi inefable -porque es imposible decir algo así sin que suene a
berrinche exculpatorio--, sienten que la historia ha sido muy cruel con ellos y
que esto se debe al sindicato del crimen, a la vanidad de un director de
periódico y al rencor de un juez vengativo. Por eso le dijo a Millás que pudo haber
volado la cúpula de ETA y que a veces se arrepentía de no haberlo hecho, porque
estaba convencido de que Mitterrand o Thatcher la habrían volado y, al día
siguiente, se habrían enfrentado a las críticas diciendo: qué queríais, eran terroristas.
Es decir: si hubiera sabido que la pringue del GAL le iba a acompañar de por
vida, al menos, que fuera con razón, a lo grande, no por las chapuzas de cuatro
coroneles que no sabían ni secuestrar a los objetivos correctos. Con esto sólo
intento entender los sentimientos y los laberintos mentales en que se han
encerrado algunos socialistas viejos para eludir la verdad y, quizá,
tranquilizar su conciencia. No creo que sea el caso de Felipe, que, hasta donde
la deja ver, parece que tiene la conciencia como una patena, pero sí es víctima
de su propia negación, del recuerdo de aquel último acto teatral de su historia
en el gobierno que impide a tantos valorarle como la grandísima figura histórica
que en verdad es y a la que ningún español debería regatear el agradecimiento.
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