Un tal González, Sergio del Molino, p. 222
No se recordaba un duelo tan
intenso entre los intelectuales, esas figuras que parecían extintas después de
1982. Unos, enterrados en la bodeguilla; otros, anestesiados por el confort de
una industria editorial que de pronto vendía millones de ejemplares y
proporcionaba novelas apolíticas y modernas a una clase media harta de
politiqueo. Cuando el compromiso parecía algo tan anticuado como las barbas y
las guitarras con pegatinas, en las semanas anteriores al referéndum, los
abajofirmantes reclamaron su hueco en los papeles con la fiereza de un Émile
Zola. «J'accuse .. .!», se gritaban de columna a columna, de manifiesto en manifiesto. Los amigos se volvían enemigos, y
los viejos cónyuges se miraban desde trincheras opuestas. Carmen Martín Gaite
firmaba un manifiesto por el no, y su exmarido y padre de sus dos hijos
muertos, Rafael Sánchez Ferlosio, firmaba otro por el sí. En él no estaban las
gentes del cine progre: Luis García Berlanga, José Luis Garci, Imanol Arias,
José Luis García Sánchez o Basilio Martín Patino. También la vieja
intelligentsia comunista, muy descafeinada ya, del padre Llanos a Carlos
Castilla del Pino, pasando por la abogada Cristina Almeida, sin olvidar a los
cantautores periféricos, como Lluís Llach u Ovidi Montllor.
Los abajofirmantes del sí,
comandados por Javier Pradera, a quien se atribuía la redacción de un
manifiesto que no gustó nada al director de El País, Cebrián -aunque las malas
lenguas atribuían su escritura al mismísimo Felipe-, y que abogaba por una
postura más matizada y crítica, eran ricos en escritores. Además de Sánchez
Ferlosio, ahí estaban Juan Benet, Julio Caro Baraja, Juan Marsé, Luis
Goytisolo, Álvaro Pamba, Jaime Gil de Biedma, Jorge Semprún o Luis Antonio de
Villena. También andaban por allí el arquitecto Oriol Bohigas, el escultor
Eduardo Chillida o el pintor Antonio López. El pandemonio llamado cultura
española estaba muy bien representado en ambos bandos, donde había personajes
que discutían de día en los periódicos y por la noche compartían copas e
incluso sábanas, sin dejar de discutir.
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