Expreso al Paraíso, Mark Vonnegut, p. 470
Entre los aficionados, la mayoría
de las partidas rápidas se pierden por errores estúpidos. Esas partidas dejan
de tener gracia muy pronto: ningún jugador aprende nada. Yo soy capaz de jugar
bastante bien esas partidas, pero me cuesta mucho disfrutarlas. Gano a
jugadores con los que debería perder y pierdo con jugadores a los que debería
ganar. De cualquier manera, me dejan muy mal sabor de boca.
Los forofos de las partidas
rápidas sostienen, con igual fervor, que la posibilidad de rectificar un
movimiento arruina el juego. Es muy mal entrenamiento para un torneo y favorece
la holgazanería. A Jo mejor tienen razón. A lo mejor deberíamos afrontar las
consecuencias de nuestros errores. La vida es así de dura y todo eso.
La vida se parece mucho más a una
de esas partidas rápidas inclementes que a una partida amistosa de ajedrez, pero
tal vez sea así porque hay muchos putos jugadores de partidas rápidas por ahí.
Lo que sí espero que sea cierto
es que, de hacer las cosas bien, podamos y sepamos rectificar con la frecuencia
debida. Si todos nos esforzamos y dejamos que cualquiera corrija sus errores,
es decir, si está en nuestra mano dejar que puedan corregir sus equivocaciones
en vez de saltar de alegría ante sus fallos, podríamos conseguir que la vida fuera
mucho más agradable. Podríamos incluso ser capaces de encontrar una manera de
corregir los errores en el tiempo y reparar lo que ahora nos parecen errores
irrevocables. Para empezar, dejar que los amigos se retracten de sus
movimientos en el ajedrez sería una manera tan buena como cualquier otra de
emprender este camino.
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