Las mil naves, Natalie Haynes, p. 121
Aun así, Tetis sabía que una vez
que mataran a Héctor, e incorporaran el nombre de Pentesilea a la larga lista de
héroes a quien Aquiles había abatido, su hijo no tardaría en cruzar el río
Estigia. Y cuando su hijo murió asesinado por Apolo (tal vez engañara a algunos
al disfrazarse del adúltero París, pero no a Tetis), ella lloró pese a que siempre
había sabido que llegaría ese día. Su cuerpo era tan hermoso que no podía creer
que estuviera muerto por una pequeña herida. Una flecha envenenada era todo lo que
había necesitado el Arquero para matar a su amado hijo. Y ahora Aquiles vivía
en la Isla de los Benditos, y Tetis sabía que se arrepentía de haber tomado la
decisión equivocada. Un día Odiseo lo encontraría en el Inframundo y le
preguntaría cómo era la muerte, y Aquiles respondería que prefería ser un
campesino vivo a un héroe muerto. Que su hijo dijera eso la llenaba de ira y vergüenza.
Estaba claro que él era mortal si valoraba su preciosa vida por encima de todo.
¿Cómo podía ser tan estúpido e ingrato cuando ella le había dado tanto? A veces
pensaba que no podía conocer a fondo la mente de su hijo porque ella nunca
moriría, pero eso sólo la llevaba a despreciarlo más: la sangre de su padre le
corría por las venas más de lo que ella había creído. Y entonces lloraba, pero
sus lágrimas no sabían a nada.
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