A propósito de nada. Woody Allen, p. 75
Hoy en día en Konigsberg hay un
monumento en mi honor (a menos que algunos airados ciudadanos ya lo hayan derribado
con una cuerda, como ocurrió con el de Sadam Husein) y no hay ninguna razón
para hacerme un homenaje en Konigsberg. No provengo de allí, jamás he estado y
desde luego no he hecho nada para mejorar la vida de sus habitantes, pero mi
apees Konisberg y tal vez tengan una gran necesidad de héroes. La escultura en
cuestión la escogí yo, de entre las muchas opciones que se postularon en un
concurso. Me sorprendió lo buenas e inteligentes que eran todas y terminé
decidiéndome por la más sencilla y modesta, que consistía en un par de gafas
sobre una vara. En la realidad es mejor que lo que acabo de describir. También en
la adorable ciudad española de Oviedo hay una estatua de mi figura que es un
retrato fiel. Nunca me solicitaron mi opinión y ni siquiera me informaron de que
iban a instalarla. Simplemente, erigieron una estatua de mí en la ciudad, una
verdadera estatua de bronce de esas sobre las que les gusta posarse a las palomas.
También en este caso, a menos que una muchedumbre enfurecida la haya arrancado,
sigue allí. Desde el momento que la instalaron unos vándalos robaron de la
estatua unas gafas iguales a las mías. Esas son de bronce y están incrustadas
en la escultura, que es de tamaño real, por lo que hace falta un soplete para sacarlas. Pero no importa
cuántas veces vuelvan a colocarlas, siempre hay alguien que las roba. Me
gustaría decir que realicé algo noble y valiente en Oviedo para merecer este
honor, pero, además de ir de visita, filmar un poco en esa ciudad, pasearme por
sus calles y disfrutar de su hermoso clima (al igual que Londres, en pleno
verano está fresco y gris y cambia todo el tiempo), no hice ningún mérito que
justifique un retrato escultórico, salvo dejar que ahorcaran un muñeco igual a
mí. Oviedo es un pequeño paraíso, solo estropeado por la antinatural presencia de
una imagen en bronce de un pobre infeliz.
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